Comentario
Los guteos lograron establecer un dominio parcial en el sur mesopotámico durante un período que oscila entre cuarenta y noventa anos, según los especialistas. Sin embargo, no consiguieron mantener la unidad del territorio bajo su control, de manera que no ejercieron más que un poder nominal sobre comunidades que cada vez actuaban con mayor autonomía. En realidad da la impresión de que, eliminado el sistema imperial tributario, cada una de las antiguas unidades estatales iba recuperando su autonomía en vista de la incapacidad de los guteos para recomponer el sistema.
Una de las ciudades que antes recupera su autogobierno es Lagash, cuya segunda dinastía ha proporcionarlo una abundantísima información, ente la que destaca la de su ensi Gudea. Parece desprenderse de la documentación que Lagash ejerce una cierta soberanía entre las viejas ciudades sumerias, con las que mantiene una relación no beligerante. Pero interesa más destacar la imagen de relanzamiento económico que se observa por la intensa actividad constructiva, comercial, artesanal e incluso financiera. Síntoma evidente de todo ello es la abundancia de estatuas de Gudea, que expresan la capacidad de acumulación de riqueza que ha recuperado el monarca. Precisamente es en el ámbito artístico en el que se aprecia con mayor claridad un retorno al sereno y estático estilo sumerio, que ha propiciado la parcial denominación de renacimiento sumerio a esta época en la que conviven dinastas guteos con formas de gobierno acadias y tradiciones propiamente sumerias.
El declive de la dinastía de Lagash coincide con el ascenso de Uruk, a cuyo frente se encuentra el monarca Utuhegal. Al parecer éste forma una coalición de ciudades sumerias para acabar con el predominio guteo: "Enlil el rey de todas las tierras, encargó a Utuhegal, el hombre fuerte, el rey de Uruk, el rey de las cuatro regiones, el rey que no falta a su palabra, la misión de aniquilar el nombre de Gutium... Tiriqan se tendió a los pies de Utuhegal, el rey. Este le paso el pie en la nuca... Restableció la realeza en Súmer".
Así expresan las fuentes el final del último de los reyes guteos, que no es más que el capítulo con el que concluye el proceso de independencia de las distintas ciudades-estado sumerias, que recuperan de este modo, en cierta medida, la libertad que el Imperio Acadio les había arrebatado. Sin embargo, el gobernador (shagin) de Ur, llamado Urnammu, da un golpe de estado mediante el cual derroca a su antiguo señor y unifica la Baja Mesopotamia, que queda sometida a la III dinastía de Ur. Ahora el título oficial será el de rey de Sumer y Acad, con el que se pretende demostrar la unidad recobrada, herencia del imperio acadio. Urnammu desea, al mismo tiempo, mostrarse continuador de la tradición sumeria para lo que esgrime un ficticio parentesco con Gilgalmesh, e incluso para demostrar su sintonía con los dioses erige el primer zigurat, torre escalonada en cuya cúspide se alza el santuario del dios principal, en esta ocasión dedicado al dios luna Nannar. Se trata de una construcción imponente, que lleva a sus últimas consecuencias la tendencia al distanciamiento cada vez más acusado entre los dioses y los hombres, propiciado por la elite dominante. Su atrevida arquitectura demuestra que los dioses aceptan a los nuevos dinastas, que confirman de esa manera haber sido elegidos por ellos para dirigir los destinos del nuevo imperio restaurado.
Este imperio presenta algunas novedades desde el punto de vista administrativo pues, siguiendo la tendencia inaugurada por Sargón, al frente de las ciudades se colocan funcionarios (ensi), que sustituyen definitivamente a los dinastas locales, y junto a ellos aparece un gobernador militar (shagin); así se configuran formalmente las provincias que generan un sistema burocrático mucho más complejo, frente a los imperios precedentes que en gran medida no eran más que impresionantes redes comerciales. Es el primer paso para lograr la cohesión interna del estado, fortalecida por la redacción de un código de leyes, basado en la reparación económica de los daños, destinado a unificar los criterios legales del territorio y, especialmente, a garantizar el correcto funcionamiento de la actividad económica. Nada análogo a ello hay en el mundo egipcio, debido a la diferente concepción del poder real existente en ambos estados. Esta medida se ve acompañada por otras de carácter administrativo, como la unificación de pesos y medidas o la elaboración de un catastro. Todo ello está enmarcado en una nueva propaganda política en la que se destaca el papel integrador del monarca, en toda la actividad económica, desde la producción hasta la redistribución de la riqueza generada. Los sucesores de Urnammu, Shulgi, Amarsin y Shusin, se ven obligados a fortalecer las fronteras del norte, destinadas a controlar a los hurritas, y del oeste, por donde los peligrosos martu (los amorreos) amenazan la integridad del Estado. Pero durante el reinado de Ibbisin la presión externa se hace insostenible, el muro de los amorreos erigido por Shusin es arrasado y los invasores se instalan en Larsa. La desintegración permite al gobernador de Isin, Ishbi-Erra, declarar su independencia y, quince años más tarde, una coalición de los elamitas, que habían sido sometidos por Shulgi, con otros habitantes del Zagros derrota en 2003 a Ibbisin y lo apresan. Ese será el último acto conocido de la historia de la III dinastía de Ur.
Si desde el punto de vista administrativo destaca la pesada maquinaria burocrática al servicio de un poder cada vez más centralizado y mejor articulado jerárquicamente, que culmina en la figura del rey divinizado, desde el punto de vista económico se observa un decrecimiento de las aldeas rurales, lo que supone una disminución de campesinos propietarios. Esta dinámica se va a mantener durante todo el periodo Paleobabilónico y tiene como efecto secundario el incremento demográfico de las ciudades y, naturalmente, el aumento de mano de obra asalariada (mushkenu), que los sitúa en una posición intermedia entre los verdaderamente libres y los esclavos. De esta manera, la ciudad va adquiriendo una fisonomía cada vez más compleja y diversificada, que la distancia progresivamente del mundo rural circundante. En definitiva se va polarizando la tensión campo/ciudad en la misma medida en que se distancian las formas de vida de los productores y quienes administran los recursos. La riqueza generada en el campo se transforma en obras públicas, infraestructurales (como los canales) en el ámbito rural, suntuarias y propagandísticas en la ciudad, lo cual puede ser entendido como proyección de la diferente voluntad política en uno u otro ámbito. En cualquier caso, la gran cantidad de obras públicas emprendidas demuestra que el período de Ur III fue de gran prosperidad económica y a ello contribuyó decisivamente la intensa actividad comercial, sometida a las redes estatales y escasamente articulada en torno a la iniciativa privada. Aquí, como en los demás ámbitos productivos, el templo conserva una posición básica como eslabón entre las unidades productivas elementales y la cúspide del sistema. La III dinastía de Ur había llevado a sus últimas consecuencias la combinación de los distintos sistemas de explotación, buscando un difícil equilibrio entre el sistema reticular comercial, el tributario provincial y el expansivo militar. Pero las tensiones de orden interno y los desequilibrios externos que ese sistema generaba eran de tal magnitud que lo hacían sumamente vulnerable ante una presión sobreañadida. Ésta vino desde Elam y tuvo como consecuencia no sólo el derrumbamiento de la estructura política, sino la recesión del sumerio en beneficio del acadio y sus formas derivadas del II Milenio. Muy pronto, pues, el sumerio sería una lengua muerta, mantenida artificialmente en la "eduba", la casa de las tablillas, donde los aprendices de escriba hacían prácticas con ella.